LA SEGUNDA EXPEDICIÓN DE PIZARRO. 1526-1528

Tras el dramático fracaso de su primera incursión exploratoria en 1524, Francisco Pizarro, el experimentado y tenaz extremeño, no cejó en su empeño de encontrar las riquezas que, según los rumores indígenas, se hallaban más al sur del istmo de Panamá. Convencido de la existencia de un reino opulento, y con el apoyo de sus socios Diego de Almagro (encargado de la logística y los refuerzos) y el clérigo Hernando de Luque, Pizarro zarpó nuevamente de Panamá en marzo de 1526, al mando de dos pequeños navíos y un contingente de alrededor de 160 hombres y unos pocos caballos.

En Pueblo Quemado, otra vez lo mismo.

La expedición que recorre la actual costa colombiana está llena de sinsabores y dificultades. En el lugar que dieron, en la anterior expedición, en llamar Pueblo Quemado, encontraron la misma tenaz e insidiosa resistencia anterior.

En otros lugares el recibimiento fue más calmado pero la pronta  escasez de víveres obligó a Pizarro a continuar al sur hasta llegar a una isla que llamaron Isla del Gallo, que resultó tan inhóspita como cualquiera de las anteriores

La Isla del Gallo

Las penurias cada vez mayores en esta isla llamada del Gallo, obligaron a Pizarro a volver a enviar a Almagro a Panamá, en busca de refuerzo de hombres y provisiones. Simultáneamente, ordena a su piloto Bartolomé Ruiz que explore las costas del sur.

Almagro en Panamá.

Cuando Almagró alcanzó la Ciudad de Panamá supo que Pedrarias Dávila había sido destituido y sustituido por un nuevo gobernador, de nombre Pedro de los Ríos.

Este se manifestó absolutamente contrario a mantener una expedición sin ningún rédito ni económico y tampoco de conquista territorial, bien que Almagro consiguió una moratoria de seis meses que les permitiera presentar, siquiera un atisbo de éxito. En cualquier caso Almagro volvió a encontrarse con Pizarro, llevando refuerzos materiales, como una nave que ofreció el nuevo gobernador y muy pocos hombres, pues la noticia de las penurias que se pasaban eran de dominio público y nadie quería participar para pasar hambre y tal vez morir.

El piloto Bartolomé Ruiz en el sur. Finales de 1526 – Inicios de 1527

Mientras que del norte panameño llegaban noticias desalentadoras, el piloto Bartolomé Ruiz volvía con cinco naturales (dos varones, que serían conocidos más adelante como Francisquillo y Felipillo  y tres mujeres), capturados en una balsa de vela latina. Decían ser súbditos de un rico y poderoso reino que los españoles entendieron que se llamaba Tumbez o Tumbes. Desde luego las mercancías que portaban eran lujosas y trabajadas, como finos tejidos de algodón y lana de vicuña, objetos de oro y plata, y sobre todo, esos cinco indígenas que vestían ricas prendas y llevaban adornos metálicos. esto les dio esperanzas  de encontrarse a las puertas de un gran reino.

Casi motín en la Isla del Gallo

La situación límite a la que las duras condiciones habían llevado a la expedición en la isla del Gallo, propiciaron, como era más que previsible, un descontento general que encabezó un tal Antón Cuadrado. La gente, acosada de malaria, hambre y flechas indígenas, quería volver. 

La paciencia de la tropa llegó a su límite en la Isla del Gallo, un inhóspito islote azotado por el clima y las penurias. Los hombres, exhaustos y desesperados, amenazaron con amotinarse y regresar a Panamá. Fue en este momento de máxima tensión que Pizarro, con una determinación legendaria, protagonizó uno de los gestos más célebres de la conquista.

Los trece de la Fama 1527 (Meses centrales del año, con incertidumbre sobre el mes exacto)

Desenvainando su espada, trazó una raya en la arena de la playa de la isla. Mirando a sus hombres, pronunció las palabras que quedarían grabadas en la historia: «Por este lado se va a Panamá, a ser pobres; por este otro al Perú, a ser ricos. Escoja el que fuere buen castellano lo que más bien le estuviere». Solo trece hombres, conocidos como los «Trece de la Fama» (entre ellos el piloto Bartolomé Ruiz y el griego Pedro de Candia), decidieron cruzar la línea y permanecer junto a Pizarro, sellando un pacto silencioso de lealtad y ambición. El resto regresó a Panamá, llevando consigo la desilusión y el resentimiento.

Es también muy posible que esta escena nunca se produjera tal y como la refieren los cronistas y que todo sea un intento de magnificar la figura de Pizarro y de comparar su acto al de Cortés, que como sabemos tampoco quemó sus naves.

Los Trece de la fama. Una lista.

Hemos añadido la coletilla de «una lista» porque bien podría ser que falte alguno y sean catorce, o quince si incluimos a Pizarro, o Diez y siete si añadimos a algún esclavo o a los incas capturados que serán más adelante conocidos como Francisquillo o Felipillo.

En cualquier caso ofrecemos la siguiente enumeración de identidades.

Alonso Briceño: Benavente
Gonzalo de Trujillo: Trujillo
Juan de la Torre: Villagarcía de la Torre
Diego de Halcón: Sevilla
Nicolás de Ribera: Olvera
Garcia de Jarén 
(o Jerez): Jerez
Cristóbal de Peralta: Baeza
Pedro de Candía:
El único no español, de Creta
Alonso de Molina: Úbeda
Francisco de Cuéllar: Torrejón de Velasco
Antón de Carrión: Carrión de de los Condes
Domingo de Soraluze: Soraluze
Martín de Paz:
 Origen desconocido

La Isla Gorgona 1527 (Tras el incidente de la Isla del Gallo):

Mientras Almagro volvía (una vez más) al norte y refugio panameño, con los enfermos, descontentos y casi amotinados como Antón Cuadrado, los trece de la fama buscaron y encontraron una isla siquiera un poco más acogedora, la Isla Gorgona, que al menos ofrecía agua potable sin las escaseces anteriores. Aun y todo la presencia de mosquitos era tan aterradora que se dijo que solo ellos bastaban para derrotar a un ejercito turco.

Lo realmente interesante es que desde la Gorgona se inició una nueva marcha marítima al sur y por fin hallaron pruebas evidentes (de ver con sus propios ojos) de la existencia de un gran y rico reino. 

Tumbes o Tumbez

Llegaron hasta la latitud de Tumbes, 1528 (Entre enero y mayo) en la costa del actual Perú, donde avistaron una ciudad notablemente construida, con edificaciones de piedra y evidencia de una organización compleja. Aunque no desembarcaron de inmediato, la visión de Tumbes y los testimonios de los nativos confirmaron más allá de toda duda la existencia de un reino civilizado y acaudalado, el «Birú» tan largamente buscado.

La expedición había logrado su objetivo principal: confirmar la existencia del Imperio Inca y sus inmensas riquezas. Con estas pruebas irrefutables, Pizarro decidió regresar a Panamá a principios de 1528. El camino de vuelta fue más rápido, impulsado por el éxito.

Pero los incas también supieron de los españoles.

Siguiendo una ligera derrota al sur, guiados por el excelente piloto que fue Bartolomé Ruiz, Pizarro conoció más lugares del incario. Incluso envió a explorar ese mundo a dos subordinados que representaran a los españoles, de uno de ellos sabemos el nombre, Alonso de Molina (ver lista de los trece de la fama). Del otro, que presumiblemente era un esclavo negro, no se conoce su identidad. Para confirmar los informes, que a Pizarro le parecieron exagerados, también envió a Pedro de Candía, un griego de «buen ingenio», (ver la lista de los trece de la fama) que aun exageró más las supuestas grandezas y riquezas de unos lugares que no pasaban de poblaciones de mediano interés, aunque teniendo en cuenta las privaciones de los meses anteriores, debieron parecerles la antesala del paraíso.

Aunque como toda acción tiene su correspondiente reacción, el inca que gobernaba en ese momento, Huayna Cápac, fue detalladamente informado de la existencia de unos hombres extraños, extrañamente vestidos, que portaban extrañas armas y lucían luengas barbas, además de que viajaban por mar en embarcaciones de tamaño gigantesco. Una información tan interesante como inquietante. (enlace repetido) 

La Confirmación del Imperio y el Retorno a Panamá. Mediados de 1528

Con las nuevas pruebas en mano (los cautivos, los metales preciosos y los textiles), Pizarro y sus reducidos hombres retornaron a Panamá.

Sin embargo, en Panamá, las penurias sufridas y las altas bajas generaron escepticismo entre las autoridades. Para obtener la licencia y el apoyo real necesario para una empresa de tal magnitud, Pizarro comprendió que debía viajar directamente a España. Así, la segunda expedición no solo descubrió el Imperio Inca, sino que también sentó las bases para el siguiente y definitivo paso: la Capitulación de Toledo y el inicio de la conquista. Fue el viaje en el que la tenacidad de Pizarro, la lealtad de unos pocos y un golpe de suerte cambiaron el curso de la historia.

De esto tratará el próximo capítulo.