LA NOCHE TRISTE

Una aclaración previa.

La línea historiográfica de influencia indigenista, ha renombrado este episodio como «La noche de la victoria»

En esta página se mantendrá la denominación clásica y consolidada, no solamente porque permite una cabal comprensión de lo que quiere expresare, sino además por el simple hecho de que el Mexico que surge de la independencia, no es una mera continuación del periodo mexica, como si éste hubiera hibernado durante los trescientos años del virreinato, sino una sociedad muy distinta a la tenocha. No es el mundo prehispánico ni es una mera copia de España. El título de «La noche de la victoria» hace creer que el mexicano de hoy es un mero continuador del mexica del año 1521, como si ese mexicano de hoy pudiera identificarse sin matiz alguno con el mexica que derrotó esa noche a Hernán Cortés, algo tan evidentemente incierto que no necesita de más demostración. Es decir «La noche de la victoria» es tomar una parte por el todo. Añádase  además, que la interpretación que expone la frase, dista mucho de ser la correcta. «La noche triste», sin embargo, no es sino una mera descripción del estado anímico de Hernán Cortés después del enorme revés sufrido en Tenochtitlan. 

Situación insostenible en Tenochtitlan. 30 de junio-1 de julio, la noche triste.

La llamada Noche Triste fue uno de los episodios más dramáticos de la conquista de México. Se refiere a la huida nocturna de Hernán Cortés y sus tropas de la ciudad de Tenochtitlan tras la rebelión mexica que estalló como consecuencia de la ocupación española, especialmente después de la matanza del Templo Mayor, llevada a cabo por Pedro de Alvarado durante la ausencia de Cortés.

Tras su regreso a la ciudad y la muerte del tlatoani Moctezuma II, que ya no tenía autoridad ante su pueblo, Cortés comprendió que la situación era insostenible. Sus tropas, que incluían a soldados españoles, aliados tlaxcaltecas, cargadores y sirvientes, se encontraban rodeadas en el corazón de una ciudad hostil, sin suministros seguros y con rutas de salida vigiladas por miles de guerreros mexicas decididos a expulsarlos.

En la noche del 30 de junio al 1 de julio de 1520, aprovechando la oscuridad y una intensa lluvia, Cortés ordenó la retirada silenciosa por uno de los diques que conectaban Tenochtitlan con tierra firme, concretamente el que conducía a Tacuba. Para intentar salvar el tesoro acumulado, muchos soldados sobrecargaron su equipaje con lingotes de oro y objetos preciosos, lo que resultó fatal.

A pesar de los preparativos, la retirada fue descubierta (se dice, pero Bernal Diaz del Castillo, testigo, no lo corrobora, que una mujer mexica que iba a recoger agua, advirtió el trasiego de los castellanos y dio la alarma) y las fuerzas mexicas lanzaron un feroz ataque desde canoas y desde los techos de las casas. En la confusión y el pánico, parte del ejército español cayó a los canales y fue abatido o se ahogó. Las bajas fueron severas: cientos de soldados españoles y miles de aliados indígenas murieron o desaparecieron. Gran parte del botín quedó perdido bajo las aguas.

Según la tradición, Hernán Cortés, devastado por la pérdida de hombres y por el fracaso de la expedición, lloró bajo un ahuehuete en las afueras de Tacuba, en lo que ha sido recordado desde entonces como la Noche Triste.

El ahuehuete es el nuevo árbol nacional. / Especial.

El ahuehuete.

A pesar de la derrota, la expedición no estaba acabada. Hugh Thomas resalta el temple que mantuvo el extremeño, que hablaba insistentemente de volver y sofocar la rebelión, lo que en esas circunstancias, en las que salvar la vida ya era bastante proeza, parecían los desvaríos de un loco. Igualmente llama la atención que Cortés preguntara por el carpintero que había construido los barcos por donde navegaron el lago. Es razonable pensar que Cortés ya pensaba en volver y sobre todo en cómo volver.

Es un lugar común hablar del tesoro que perdieron los españoles en la huida. Menos habitual es que se comente que en esa confusión se perdieron para siempre documentos tan importantes como el que explicitaba las condiciones que Diego Velázquez de Cuellar imponía Cortés para autorizar esa expedición. O el documento fundacional de la Villa Rica de la Vera Cruz. 

Del árbol del ahuehuete al milagro de Otumba

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Mapa del recorrido de Hernán Cortés, después de la noche tiste Sirva el enlace como crédito.

En el mapa situado justo encima de este texto, se indica el recorrido que Cortés y sus huestes, indígenas y españoles, transitaron para llegar de Tenochtitlan hasta la alidada (en eso confiaba Cortés) Tlaxcala.

Los mexicas, no persiguieron con el grueso de su ejército a las tropas de Cortés, que se encontraban en un estado lamentable tanto en pertrechos, como en comida y agua. Si añadimos a lo anterior las grandes bajas entre muertos y heridos (¿seiscientos españoles, mil tlaxcaltecas?), no es exagerado afirmar que Cortés se hallaba a las puertas de verse arrastrado al más absoluto fracaso que hubiera terminado, de una u otra forma, con su muerte y la de los suyos.

Los mexicas, ya se dijo, no persiguieron a los españoles y aliados pero el hostigamiento que recibían era constante y agotaba unas fuerzas físicas y mentales que estaban al límite. 

Encontraron cierto alivio alimenticio y curación parcial de las heridas y quebrantos en las ciudades tepanecas de Teocalheycan y Tepozotlán. Aun estaba muy reciente en esas ciudades el recuerdo la batalla de Azcapotzalco   y las humillaciones de los mexicas. (Ver mapa). Sin embargo en Citaltepec, ciudad famosa por ser la cantera de piedra caliza que tanto ayudó a construir Tenochtitlan, (ver mapa) volvieron a sentir el desamparo de las anteriores jornadas. La única comida que podían conseguir era el pasto del campo. 

Se detuvieron, más muertos que vivos, en Otumba, una ciudad famosa por sus filos de obsidiana.

Ahí les enfrentó batalla Cuitláhuac. No él personalmente, ya que delegó, al modo de los weys tlatoanis en su cihualcoatl.

Los mexicas pelearon a su modo, tan inapropiado, por la forma de envestir que hacía fácil el uso de las lanzas, ballestas y armas de fuego, como porque nunca pensaban en matar al contrario, sino simplemente herirlo y poder sacrificarlo después. Con todo, el desequilibrio numérico entre mexicas y los hombres Cortés (españoles e indígenas) eran tan abrumador; el agotamiento del las tropas hispano-indígenas era total, que todo hacía presagiar la derrota total.

Pero una vez más se demostró que «audentes Fortuna iuvat«. 

Y Cortés era audaz, muy audaz.

Cortés identificó al cihualcoatl y propuso cargar a galope contra él. Le acompañarían esa carga de caballería Alvarado, Olid, Sandoval, Alonso de Ávila y Juan de Salamanca. 

La cabalgada sorprendió sobremanera a las no muy compactas filas mexicas (era su forma tradicional de guerrear). Cortés derribo al cihualcoatl de su podio, Juan de Salamanca lo mató.

Siguió un desconcierto absoluto de las tropas mexicas que a no sabían luchar sin la dirección de un gran señor. Se produjo una retirada caótica.

Todo puede calificarse de surrealista. Es tan así, que a pesar de todo, si los mexicas hubieran seguido, simplement hostigando, hubieran vencido. Pero se retiraron.

Y lo que parecía una derrota segura de Hernán Cortés, se transformó en una victoria que presagiaba el fin del imperio mexica, como veremos pronto.

Una mujer en la batalla

Destacó en esta batalla, lanza en mano, Maria Estada, natural de Sevilla «cual si fuese uno de los hombres más valerosos del mundo»

 

 

 

De Otumba a Tlaxcala.

Tras salir vivos de milagro de la batalla de Otumba, Cortés y sus hombres dirigieron sus pasos hacia la ciudad de Tlaxcala con la esperanza de ser bien recibidos. Había motivos de sobra para sospechar que los tlaxcaltecas se dieran la vuelta y consideraran que la situación de los españoles era tan precaria que cuando fueran definitivamente aniquilados, la furia mexica se habría de volver contra ellos. 

En la misma Tlaxcala se generó una disputa de alto nivel sobre lo conveniente de mantener el trato con los extranjeros. Como sabemos Xicoténtal el joven , era firme partidario de expulsarlos y hacerles guerra. Lo había sido desde el principio y más lo era ahora en que llegaban a Tlaxcala más muertos que vivos. Como la otra vez no prevalecieron sus tesis y la alianza hispano-tlaxcalteca adquirió una fortaleza difícil de superar.

Y mientras tanto en Tenochtitlan.

Cuitláhuac desplegó una actividad diplomática frenética y sin precedentes. Propuso a los tlaxcaltecas una alianza semejante a la que tenían con Tacuba y Texcoco, una especie de cuádruple alianza. Acompañaron su propuesta con ricos regalos entre los que se incluía la sal. Sin embargo  Maxixcatzin, Xicoténcalt el viejo, Citlalpopocatzin y Temilotecalt, odiaban sin restricción a los mexicas y no aceptaron nada que llegara de los mismos.

Los intentos con la zona huasteca fueron igualmente infructuosos.

No recibieron mejor acogida por parte de los tarascos o purépechas. Este pueblo dominador de la metalurgia del cobre y que ya había derrotado a los mexicas no hacía tanto y se sentía, con razón o sin razón, muy seguro de si mismo.

En definitiva Cuitláhuac, probó el amargo sabor de la soledad y recogió los frutos de la opresión que habían sembrado en el Anahuac. Si los otros pueblos actuaron o no racionalmente, es un debate secundario cuando se analiza el inmenso caudal de odio que habían generado.