
CORTÉS «SECUESTRA» A MOCTEZUMA.
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ToggleEs para mi seguro (y esto es una opinión personal) que la idea de secuestrar a Moctezuma, había sido largamente meditada por Cortés. Que no fue fruto de un arrebato, de una ocurrencia. Cortés siempre buscó resolver el problema de conquistar sin hacer guerra y aunque los acontecimientos ocurridos desde Cempoala, pasando por Tlaxcala y terminando en Cholula, no auguraban nada bueno en ese sentido, es del todo probable que valorara la opción de hacer de Moctezuma un mero pelele que actuara para sus intereses como la última baza en esta complicada partida de ajedrez.
Obviaremos en este capítulo las inmensas emociones que afloraron tanto en castellanos, al visitar ese nuevo, sorprendente y por momentos cruel mundo, como en mexicas al intuir en esos extranjeros un mundo no menos sorprendente, imprevisible y por momentos cruel.
El motivo o la excusa que encontró Cortés.
La excusa que se presentó oportunamente no fue otra que la muerte del representante de Cortés en la Villa Rica de la Vera Cruz. Este se llamaba Juan de Escalante y el matador, cobrador de impuestos mexica, tenía por nombre Qualpopoca, que cortó la cabeza del castellano cuando éste le enfrentó para proteger a los totonacas de los abusos habituales en el cobro de tributos. Además la envió como trofeo hasta el palacio donde residía Moctezuma en Tenochtitlan, el palacio llamado el tecpan.
Moctezuma quedó espantado.
Cortés exigió explicaciones pero las que le diera Moctezuma, de que él no había autorizado tales actos, no sirvieron. Cortés exigió a Moctezuma por medio de Malintzin que acompañara a los castellanos al palacio de Axayácatl, o lo matarían. Moctezuma se avino para gran escándalo de los pipiltin y de sus guerreros, alegó que había hablado con Huitzilopochtli, el dios protector de los mexicas, que le había dicho, lo bueno que sería para él, para Moctezuma, pasar una temporada con los castellanos.
Si esto no era motivo de espanto bastante, aún habrían de empeorar más las cosas.
Cuando de la Villa Rica de la Vera Cruz llegaron los mexicas con Qualpopoca y sus hijos además de quince nobles, Cortés ordenó su apresamiento y posterior ejecución por muerte en la hoguera. El escenario escogido para que el impacto fuera el máximo, fue la plaza frente al Templo Mayor, obligando a la asistencia de mexicas, pueblo, nobleza y el mismo tlatoani, Moctezuma que para salvar su pellejo entregó a la hoguera a Qualpopoca, pero ese acto hundió su prestigió ante sus iguales y ante el pueblo.
Algo así no se había visto en Tenochtitlan y produjo un impacto psicológico profundo en toda la sociedad mexica, desde el más humilde macehuatl, pasando por un rico potcheca y terminado por el más encumbrado pipilptin. No es difícil de entender el grado de enfado, mezclado con humillación que debieron sentir las clases dominantes mexicas ante esta situación sencillamente inconcebible.
Como si nada hubiese pasado.
A partir de ese momento se vivió una situación en la que los días trascurrían como si nada hubiese pasado, Moctezuma seguía la rutina diaria, atendía sus obligaciones, recibía a embajadores y altos dignatarios, disfrutaba de los placeres del juego, (que compartía con los españoles, siendo Pedro de Alvarado, su compañero de lances), visitaba el zoo, visitaba a sus concubinas.
Naturalmente, la nobleza mexica no dejó engañar por esa situación, ni por la actuación de Moctezuma ni por la supuesta buena voluntad de los españoles.
¿Pero que podían hacer tanto mexicas como castellanos?
Hemos de entender la situación de un wey tlatoani en el entramado social, político, religioso, mitológico y cosmológico mexica. Podríamos extendernos en el desarrollo de cada una de las categorías que hemos comentado. Si embargo para entender el papel de Moctezuma y el bloqueo de cuantos mexicas pertenecían a su más cercano círculo, afirmando que el wey tlatoani era quien mantenía la estructura del universo. Esto explica que la los mexicas no supieran cómo debían enfrentar una situación inédita en la que la vida del tlatoani, y por tanto el equilibrio del Universo, estaban en juego.
Con todo el descontento era palpable y no había que ser muy avisado para entender que en cualquier momento todo podía deslizarse a una explosión en la que los castellanos terminaran en la piedra del sacrificio.
Porque los mexicas, además de negarse a alimentar a los castellanos, podían levantar los puentes y convertir Tenochtitlan en una ratonera.
En consecuencia, los castellanos para evitar esa situación decidieron construir barcos que les permitieran navegar por el lago. Para disipar temores, que por supuesto no lo hicieron, le dijeron a Moctezuma que los construían para su recreo y deleite.
No hay que ser muy imaginativo para describir la sorpresa que debió causar en cualquier mexica ver a esos extranjeros, manipular maderas (Moctezuma ofreció carpinteros) el uso de los clavos, el trasporte mediante carretas con ruedas (los mexicas conocían la rueda como juguete pero no la habían implementado en el trabajo diario).
Se conoce el nombre de quien dirigió toda la empresa constructora Martín López, natural de Sevilla.
La decisión de construir barcos fue otra de esas medidas audaces y de largo alcance que caracterizarían toda su vida a Hernán Cortés.
Hernán Cortés lo intentó, pero al final no pudo ser.
Se ha señalado varias veces como la idea de Cortés de conquistar sin hacer guerra estaba muy arraigada en la mente del conquistador. Si en algún momento estuvo cerca de materializarse fue en este periodo de final del año 1519 y principios del 1520. Moctezuma gobernaba su imperio, pero Cortés gobernaba a Moctezuma.
En todo caso las relaciones entre españoles y mexicas se enrarecían por momentos, azuzadas por dos circunstancias: la fiebre aurea de los extranjeros y las permanentes discusiones sobre religión.
Para los hombres de Hernán Cortés nunca era suficiente el oro entregado. Exigían más y exigían conocer las zonas del país ricas en el metal dorado.
Las disputas religiosas eran, como puede suponerse, irresolubles con ningún punto de compromiso. Cortés no paraba de hablar de las cosas de Dios, de lo beneficioso que sería que los mexicas retiraran sus ídolos y colocaran en lo alto de los templos una cruz y un estandarte de la Virgen. Pronto notarían todos los mexicas, les decía Cortés, muchas cosas buenas en su espíritu. Por supuesto Cortés insistía en el bautizo de Moctezuma. Incluso éste pudo aprender de memoria, a recitar el «Padre Nuestro» que si era conceptualmente difícil de entender en el castellano de la época, no pasaba de un galimatías, dicho en el latín que le enseñaron al tlatoani. Moctezuma retrasaba en lo posible ese insistente bautismo y argumentaba que nadie entendería entre los suyos que abandonara a los dioses tutelares de la cosmogonía azteca. Aunque no todo ha de atribuirse al celo religioso, un tanto intransigente como corresponde a la época, de los españoles. Cuando estos encontraron un habitáculo con niños destinados al sacrificio al dios Tlaloc y supieron que para hacerles llorar (las lagrimas agradaban sobremanera a Tlaloc, el dios de la lluvia), les arrancaban las uñas, se escandalizaron ye indignaron sobremanera. Tanto como descubrir la cocina en la que se preparaban las extremidades de los sacrificados para la ingesta ritual, entre otros de Moctezuma. Autores diversos barajan la cifra de cinco mil niños sacrificados cada año durante el periodo de Moctezuma II.
Cacama y el vasallaje de Moctezuma.
Si el oro y la religión eran motivo permanente de fricción que en cualquier momento podía hacer saltar las chispas que desencadenaran un incendio, todo empeoró cuando Orteguilla (como llamaban al paje de Cortés) supo de un complot de Cacama y otros principales, para liberar a Moctezuma y matar a los extranjeros.
Cacama era tlatoani de Texcoco, el emporio cultural de la Triple Alianza y con seguridad la ciudad más sofisticada y rica de la región. Además le unía parentesco con Moctezuma, de quien era sobrino.
Véase la ubicación de Texcoco.
Apresado por Cortés, con la expectativa de terminar como Qualpopoca, Cacama negoció su libertad mediante la entrega de una importante cantidad de oro y otras piedras preciosas lo que lejos de aplacar la codicia de los conquistadores, la estimuló más todavía, en el convencimiento de que si les entregaba esa cantidad era porque todavía ocultaba otro tanto. Se dice que Alvarado quemó los dedos de los pies de Cacama para que confesara dónde escondía su tesoro. No hay constancia segura de que tal ocurriera y Alvarado lo negó en posteriores pesquisas en España.
Una derivada de esta rebelión abortada de Cacama, es que la siempre inquieta y previsora mente de Cortés, así como su formación autodidacta como jurista, le aconsejaron de una vez por todas dejar claro que Moctezuma se habría de declarar vasallo de Carlos I.
Cortés, como en la entrevista del capítulo anterior, afirmó, en posteriores entrevistas que Moctezuma abrazó ese vasallaje entre grandes lágrimas de emoción que contagiaron a todos los presentes, incluidos los duros y bregados españoles. Esta versión es muy dudosa, pero como se dijo en la anterior ocasión, algo debió haber puesto que en ningún momento posterior, nadie le acusó a Cortés de mentir.
A trompicones, con sustos y disgustos, pero Cortés afianzaba su proyecto de conquistar sin hacer guerra. Si embargo, el que fuera su mentor en Cuba, Diego Velázquez de Cuéllar, el que le ofreció la dirección de la expedición tras los fiascos de Hernández de Córdoba y Grijalba, el que pronto se arrepentiría de su decisión, aún no había dicho la última palabra.
Lo veremos en el siguiente capítulo.