Pocos conquistadores tuvieron una trayectoria tan marcada por la audacia, la astucia y la ambición como Francisco Pizarro, el extremeño que, tras derrotar al imperio inca, fundó la capital del Perú virreinal y murió asesinado a manos de otros españoles.
La fundación de Lima: entre el mar y la cordillera
Tras la captura de Atahualpa en Cajamarca (1532) y la entrada en Cuzco (1533), los españoles se instalaron en el corazón del antiguo Tahuantinsuyo. Pero pronto surgieron tensiones: Cusco era una ciudad sagrada para los incas, y resultaba incómoda para una administración española más interesada en el comercio marítimo y el control del litoral.
Francisco Pizarro, consciente de esto, buscó un lugar estratégico cerca de la costa, con fácil acceso a los barcos y alejado del poder simbólico inca. El lugar elegido fue un valle fértil, bañado por el río Rímac, junto al océano Pacífico. Allí, el 18 de enero de 1535, fundó La Ciudad de los Reyes, que más adelante adoptaría el nombre indígena de Lima.
Pizarro trazó sus calles siguiendo el modelo castellano, levantó la primera iglesia y estableció un cabildo. Así nacía el que pronto sería el centro político y económico del virreinato del Perú.
El marquesado de la conquista
Poco después de la conquista del imperio inca, la Corona recompensó a Pizarro con un título nobiliario. Mediante la Real Cédula de 1537, Carlos I le otorgó el título de Marqués Gobernador del Nuevo Reino de Castilla, con derecho a gobernar sobre una amplia franja del territorio conquistado.
Este marquesado no solo suponía prestigio, sino también poder: tierras, vasallos, derechos de encomienda y capacidad para organizar expediciones. Pero el título también agudizó las tensiones con otros conquistadores, sobre todo los partidarios de Diego de Almagro, que consideraban que habían sido injustamente apartados de los honores y riquezas.
Enemigos dentro del propio bando
Las disputas entre pizarristas y almagristas degeneraron en una guerra civil. Almagro fue ejecutado en 1538 por orden de Hernando Pizarro tras la batalla de Las Salinas, lo que selló una enemistad sin vuelta atrás entre ambas facciones.
Los hijos y seguidores de Almagro —los «chupadedos», como se les conocía despectivamente— juraron venganza. El liderazgo de esta facción pasó a su hijo, Diego de Almagro el Mozo, criado entre soldados y resentimientos.
Durante años, Pizarro gobernó en Lima rodeado de lujo, pero también de conspiraciones y amenazas veladas.
El asesinato en el palacio de Lima (1541)
El 26 de junio de 1541, un grupo de almagristas armados entró en la residencia de Pizarro, en plena plaza mayor de Lima. El conquistador extremeño, con más de 60 años, se defendió con valentía: mató a dos atacantes y se batió con espada en mano. Pero la superioridad numérica de los conjurados acabó imponiéndose y Francisco Pizarro murió apuñalado junto a su escritorio, manchando de sangre el suelo de la ciudad que había fundado.
Un final trágico… pero previsible
26 de junio de 1541: La muerte de Francisco Pizarro
Sirva como mera anécdota, que el fin de esta primera part dela web, fue en un día como hoy en que se conmemora la muerte de Pizarro.
El 26 de junio de 1541, Francisco Pizarro, conquistador de Perú y fundador de la ciudad de Lima, fue asesinado en su propia residencia, víctima de una conspiración tramada por sus enemigos políticos: los partidarios de Diego de Almagro, conocidos como almagristas. Tenía entonces más de 60 años, una edad avanzada para la época, y un inmenso poder acumulado tras la conquista del Imperio inca. Su muerte violenta no fue un hecho fortuito, sino la culminación de una amarga guerra civil entre antiguos compañeros de armas.
El trasfondo: la ruptura entre Pizarro y Almagro
Cuando en 1532 Pizarro y sus hombres capturaron al inca Atahualpa en Cajamarca, comenzó un ciclo vertiginoso de riquezas, poder y traiciones. Aunque la conquista fue una empresa compartida por Francisco Pizarro, Diego de Almagro y Hernando de Luque, los repartos de poder pronto generaron profundas tensiones.
Tras la fundación de Lima en 1535, el conflicto latente entre Pizarro y Almagro estalló abiertamente. Almagro, decepcionado por los términos de la Capitulación de Toledo que lo relegaban al sur, emprendió la fallida expedición a Chile. A su regreso, encontró que Cuzco —la joya del antiguo Tahuantinsuyo— estaba bajo control de los hermanos de Pizarro.
En 1537, aprovechando una rebelión indígena liderada por Manco Inca, Almagro tomó Cuzco y capturó a Hernando y Gonzalo Pizarro. La posterior batalla de Las Salinas (1538), en la que los pizarristas vencieron, selló el destino de Almagro, que fue ejecutado en su celda por orden de Hernando, pese a las promesas de clemencia. Este acto marcó el inicio de una profunda fractura entre las facciones conquistadoras.
La conspiración
Los seguidores de Almagro, conocidos como los de Chile por su fracasada expedición, juraron vengar su muerte. Algunos habían sido perdonados o tolerados en Lima, y entre ellos destacaba Diego de Almagro el Mozo, hijo mestizo del adelantado. A pesar de su juventud y su falta de carisma, fue colocado como figura de unidad del bando almagrista.
En secreto, los conspiradores planearon asesinar a Francisco Pizarro. Sabían que, a diferencia de años anteriores, el marqués no contaba ya con la protección de sus hermanos: Hernando había regresado a España en 1539, donde fue encarcelado en Madrid por orden del Consejo de Indias; Gonzalo estaba en Charcas, y Juan había muerto en la batalla de Las Salinas.
La ocasión elegida fue un domingo, día de descanso, cuando Pizarro se encontraba en su casa-palacio en Lima, en el actual solar del Palacio de Gobierno.
El asesinato
Aquella mañana del 26 de junio de 1541, los conjurados irrumpieron en la residencia del marqués gritando:
—¡Muera el tirano!
Los guardias, sorprendidos, apenas opusieron resistencia. Algunos huyeron, otros no alcanzaron a desenfundar sus espadas. Francisco Pizarro, a pesar de su edad, tomó su arma y se defendió con valentía. Alcanzó a herir de muerte a un atacante e hirió a otro, pero fue finalmente rodeado y apuñalado múltiples veces. Según el testimonio recogido por cronistas como Pedro Cieza de León y Antonio de Herrera, con sus últimas fuerzas trazó una cruz con su propia sangre en el suelo, y se encomendó a Dios.
El cuerpo del conquistador
Durante horas el cadáver permaneció en el lugar del crimen, pues nadie se atrevía a tocarlo. Finalmente, los frailes del convento de San Francisco lo recogieron y le dieron sepultura provisional. Su tumba fue profanada en tiempos posteriores, pero sus restos fueron hallados en 1977 en la cripta de la Catedral de Lima y hoy descansan allí, debidamente identificados por estudios forenses.
¿Qué ocurrió con los asesinos?
Diego de Almagro el Mozo fue proclamado, de forma improvisada, Gobernador del Perú. Sin embargo, su poder fue débil y efímero. La noticia del asesinato del marqués causó indignación y temor tanto en Lima como en la corte española. La Corona envió un nuevo virrey, Blasco Núñez Vela, y las fuerzas pizarristas reorganizadas lo derrotaron en la batalla de Chupas en 1542. Almagro el Mozo fue capturado y ejecutado. La anarquía entre conquistadores fue aprovechada por la monarquía para imponer su autoridad a través del virreinato y las Leyes Nuevas.
Epílogo
Con la muerte de Francisco Pizarro desapareció el último gran conquistador que aún ejercía el poder de forma directa en América. Su asesinato cerró una etapa de la conquista caracterizada por la iniciativa individual y la codicia y la búsqueda incansable de gloria y fama. Siguió una nueva era de administración virreinal y control centralizado.
Pero el legado de Pizarro llega tan lejos que aún hoy, casi quinientos años después de su muerte, es posible verlo y tocarlo a ambos lados del Atlántico.
La muerte de Pizarro no fue una sorpresa. Su figura, aunque venerada por muchos como fundador del dominio español en el Perú, se había convertido en símbolo de las injusticias dentro del propio bando conquistador. Su caída es también el reflejo del desorden que reinaba en los primeros años del poder colonial: sin leyes estables, sin instituciones sólidas y con demasiadas espadas sueltas.
Pizarro fue enterrado en Lima. Su cuerpo, perdido y hallado más de una vez a lo largo de los siglos, sigue siendo objeto de debate histórico. Pero lo cierto es que su obra —la conquista del imperio más poderoso de Sudamérica y la fundación de su capital— marcó para siempre la historia del continente.
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